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Sobre mover los aprendizajes sin umbrales

Sobre mover los aprendizajes sin umbrales: escribe Renato Opertti
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25 de octubre de 2023 a las 05:03

La discusión en torno a los para qué, qué, cómo, cuándo y dónde de los aprendizajes constituye uno de los asuntos más candentes y delicados de las agendas de transformación educativa. Esencialmente, implica interpelar de qué forma los mismos se identifican, priorizan, se desarrollan y hasta en cierta medida son encapsulados en las instituciones educativas, el currículo, la pedagogía y la didáctica, así como en los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación.

Tradicionalmente los puntos principales de referencia sobre los contenidos educativos han sido los programas de estudio y de cómo las disciplinas seleccionan y recortan los aprendizajes entendidos como su corpus fundamental mientras que, en un plano de menor significación, se consideraron la diversidad de expectativas y necesidades de todos los alumnos, y de cómo efectivamente comprometerlos con conocer y disfrutar de múltiples y complementarias experiencias de aprendizaje. El desbalance entre, por un lado, un excesivo énfasis en lo que se ofrece y por otro, entender más acabadamente al alumno y sus procesos de aprendizaje, podría darnos cuenta sobre la relevancia o no de la educación, así como en la constelación de factores potencialmente asociados a la desafiliación de los alumnos.

El reposicionamiento de los aprendizajes de cara a transformar la educación tiene fundamentalmente que ver con identificar la simbiosis entre ideas, enfoques y ruteros que pudieron entenderse históricamente como doctrinas separadas y hasta irreconciliables. Una mirada más inclusiva y tamizada de los aprendizajes, así como de los conocimientos que los sustentan, requiere de encontrar puntos de enlace entre el pasado y el presente que nos permitan proyectarnos aspiracional y entusiastamente hacia futuros más promisorios y venturosos para las nuevas generaciones. A veces se tiende a rotular apresuradamente enfoques educativos como fuera de tiempo, o superados por los vertiginosos cambios tecnológicos cuando, en realidad, la construcción histórica en educación es poder integrar la sabiduría humana a lo largo del tiempo sin sentenciar el pasado por el presente o bien dejando al futuro vaciado de referencias y/o de acumulaciones posibles sobre lo construido.

La revista francesa Philosophie Magazine, en su número de setiembre del 2023, nos ayuda a ver el tema desde el sugerente título” ¿Y si aprendiéramos de otra manera? Veamos algunas de las puntas que surgen de las respuestas a la pregunta planteada.

En primer lugar, Alexandre Lacroix, que es escritor y director de Philosophie Magazine, argumenta sobre el rol que la educación debe y puede cumplir como marco de referencia e instrumento de cambio del modus civilizatorio actual que es insostenible a presente y a futuro. La insostenibilidad no hace solo a los efectos crecientes, injustos y regresivos del cambio climático y de la pérdida de biodiversidad sino también al desdibujamiento de los derechos humanos, la erosión de la democracia y de la inclusividad, y la cristalización de sociedades cada vez más desiguales.

En la línea de lo que argumentan el filósofo Achille Mbembe y la investigadora Sarah Marniesse, mencionados por Lacroix, se requiere una pedagogía transformacional que interrogue sobre el porvenir de la tierra y de los seres vivientes. Que, asimismo, rompa con lo que Mbembe y Marniesse denominan el modelo denominado en francés “ecocidaire” o destructivo del ambiente natural como consecuencia de la actividad humana, y que abarca las relaciones de los humanos con la naturaleza, las relaciones entre hombres y mujeres, las relaciones entre jóvenes y adultos y las relaciones Norte-Sur. La educación tiene la enorme responsabilidad de formar en valores, mentalidades y prácticas que no solo tengan el valor de cuestionar la relevancia de los modelos educativos actuales a la luz de cementar futuros mejores para las nuevas generaciones sino también cuáles serían las bases de conocimientos y de competencias requeridas para que las personas puedan apropiarse, liderar, gestionar y hacerse responsable por estilos de vida sostenibles.

En segundo lugar, se trata de argumentar en torno a la complementariedad entre las vías de promover el pensamiento, las prácticas (aprender haciendo) y las técnicas (vinculadas a las tecnologías), como aspecto medular a la formación universal de todos los alumnos por igual. Ya no solo se vincula a que el currículo oculto – lo que no se explicita y que regula esencialmente nuestras maneras de entender y de actuar - o que ya es no tanto, que la diferenciación temprana de ramas de la educación media en general, técnico-profesional y vocacional, está vinculada “funcionalmente” al origen socioeconómico del estudiante. Crucialmente es cuestión de tomar conciencia que, frente a un mundo permeado por cambios disruptivos, el solo disponer de algunas habilidades y de manera fragmentada, no permite a los alumnos abordar competentemente diversos tipos de desafíos. Veamos que aporta esencialmente cada una de estas tres vías a la luz de la formación integral y balanceada del alumno como persona.  

En relación a la vía de promover el pensamiento, el periodista de Philosophie Magazine, Charles Perragin, asevera que pedagogos, filósofos y psicólogos, coindicen en que la actualidad razonar bien tiende a ser menos una cuestión de conocimientos por sí mismos que de adquirir las habilidades de pensar. La educación cumple un rol clave en la formación de seres libres que, desde la infancia, tendrían que disfrutar de oportunidades y espacios para desarrollar pensamientos autónomos, críticos, solidarios, creativos y atentos. Dejar que los pensamientos decanten, sin apresurarnos ni presionar, evitando la inmediatez y la automaticidad de las respuestas, asumiendo que son procesos individuales y colectivos concatenados, y poniendo el foco de la atención en hurgar en la profundidad de cada tema. En particular, el pensamiento crítico es un asunto humano y debe por tanto ser ejercido en grupo como asevera el filósofo canadiense, Normand Baillargeon.

Tal cual argumenta elocuentemente, la especialista en neurociencias de la lectura, Maryanne Wolf, resulta esencial formar a los jóvenes en la lectura profunda a efectos que no sean enteramente contaminados por los usos digitales. Inclusive Wolf hace referencia a su lucha por la reconquista de la atención de los jóvenes ya que de la misma depende la posibilidad de la vida democrática sustentada en ciudadanos vigilantes y abiertos a la vida contemplativa.

Asimismo, Baillargeon asevera que la primera virtud epistémica radica en tomarse tiempo y recuerda en tal sentido, al filósofo alemán, Immanuel Kant, que aseveraba que los niños van a la escuela para que se acostumbren a permanecer tranquilamente sentados y no para que aprendan alguna cosa. Los hallazgos de las neurociencias nos confirman que la atención del alumno, conjuntamente con su involucramiento activo, la devolución a calidad y a tiempo por el educador y la consolidación de los saberes, conforman los cuatro pilares del aprendizaje (Dehaene, 2018; Dehaene, Le Cun & Girardon, 2018).

El desarrollo del pensamiento es un asunto transversal a la formación desde la infancia en adelante, sustentado, tal cual señala el filósofo estadounidense, Matthew Lipman, en la exploración colectiva, de novato y estimulante del infante. Los alumnos conforman una suerte de comunidad de investigación que, a través de compartir y contrastar opiniones, desarrollan las habilidades de pensar vinculadas a cuestionar, ilustrar, definir, jerarquizar y autocriticar.

La estimulación del pensamiento no solo tiene que ver con las retroalimentaciones entre el cerebro y los aprendizajes, que se dan a lo largo de toda la vida, sino también, como señala el neurocientista libanés, Albert Moukheiber, con el cuerpo de cada uno, con la calidad del sueño, el stress, la alimentación y el contexto social.

Por otra parte, Moukheiber nos alerta sobre la necesidad de contrarrestar los sesgos cognitivos que son el reverso inevitable del funcionamiento del cerebro. Los mismos se pueden exteriorizar en un cúmulo diario de pensamientos “automáticos” así como de explicaciones simples y/o ingenuas que conducirían a acciones inmediatas sin resguardar que vivimos en un mundo complejo y ambiguo. Dichos sesgos, crecientemente manipulados por las redes sociales, afrenta el pensamiento autónomo al cancelar a los que interpelan el estatus quo, al prohibir la diversidad y las diferencias y al negar fenómenos que afectan la calidad de bienestar y desarrollo de la humanidad. Los antídotos más potentes frente a la cancelación, el prohibicionismo y el negacionismo yacen en estimular a los alumnos a pensar por sí mismos y a estimularlos a preguntar sin condicionamientos ni miedos. Como bien señala Moukheniber, se trata de incitar a no decir más “es falso”, y en cambio, preguntarse qué tan cierto es y, asimismo, indagando más en la intención de la persona que de invalidarla de antemano por prejuzgamientos o siguiendo lo que es entendido y aceptado como “políticamente correcto”.

Asimismo, la vía práctica de la educación implica que se forma a las personas movilizando sus valores, actitudes y saberes para aprender haciendo a través de actividades. Como argumenta el filósofo francés, Emmanuelle Rozier, fue precisamente el filósofo y educador estadounidense, John Dewey, quien puso el acento en que es a través de las experiencias vividas por los alumnos en el desarrollo de actividades que se activan los saberes.

La mirada puesta en las prácticas tiene que ver con jerarquizar la visualización del currículo – el para qué y qué de la educación – y la pedagogía – el cómo hacerlo – a la luz del desarrollo de las experiencias de aprendizaje de los alumnos. Ya esta idea de una educación vivencial, y de contrastar e integrar saberes a través de las prácticas, era mencionada por el ilustre filósofo griego, Aristóteles, quien argumentaba que los saberes de la geometría no son suficientes ya que se requiere igualmente captar la maña del artesano. O como se afirma en Philosophie Magazine, todas las manos necesitan una educación.

La escuela en la acepción amplia del término no es solo un lugar donde se adquieren las competencias que nos permiten ser potencialmente empleables, sino donde se forma al individuo inscripto en visiones colectivas de la educación. La idea que la educación es formar integralmente en los aspectos individuales y sociales de las personas tiene que ver, entre otros aspectos, con la jerarquización de los valores de solidaridad y cooperación en la educación tal cual señala la Comisión Internacional sobre los Futuros de la Educación coordinada por la UNESCO (2020).

Asimismo, las vías prácticas de experimentar la educación se expanden exponencialmente ya que hoy día las personas pueden hacer un uso creciente de oportunidades, recursos y materiales para formarse a todo momento y en diversidad de espacios. Por un lado, esto implica fortalecer las sinergias entre ofertas educativas y ambientes de aprendizaje, formales y no formales, asentados en participaciones activas y sostenibles de las comunidades locales y en que se haga uso de la inteligencia colectiva y de los recursos disponibles en la sociedad para potenciar los aprendizajes de cada alumno por igual.

Por otro lado, Philosophie Magazine menciona el abanico de recursos que se disponen para expandir las oportunidades de aprendizaje tales como tutoriales y aplicaciones. Por ejemplo, se hace referencia al caso de las aplicaciones en línea de aprendizaje de lenguas sustentadas en la memorización – traducir, llenar los espacios en blanco y testar los conocimientos -, en métodos progresivos de comprensión y usos de las lenguas, y en la asiduidad. Ciertamente estas aplicaciones están bien ancladas en la repetición que es indispensable en toda experiencia de aprendizaje, pero, en cambio, no permiten tomar la iniciativa de hablar, improvisar una situación y de apropiarse de la lengua en primera persona. Lo que parece, en cambio, caracterizar a la educación de presente y futuro es la hibridación de enfoques, estrategias y recursos para que efectivamente las experiencias de aprendizaje nos permitan practicar la memoria y la repetición, y a la vez, poder tomar iniciativas y apropiarnos de los propios procesos de aprendizaje.

Respecto a la vía técnica de formación, se trata de hurgar en el rol de las tecnologías como soporte de los cambios en la educación y los saberes. No es sólo cuestión del posicionamiento de las tecnologías en la educación como transversal a la formación e impregnando el conjunto de áreas de aprendizaje y disciplinas sino esencialmente cómo las tecnologías coadyuvan a democratizar las oportunidades, procesos y resultados de aprendizaje desde la diversidad de situaciones y perfiles de los alumnos. Es a los saberes priorizados y secuenciados en los procesos de aprendizaje poder orientar los usos de las tecnologías.

A la luz de la irrupción y penetración de tecnologías como ChatGPT, la lingüista estadounidense, Justine Cassel, argumenta que uno de los desafíos mayores yace en saber usar dichas tecnologías con el objetivo que permita aprender a los alumnos debatiendo ideas diferentes y explicando sus propias. Asimismo, Cassel sostiene que ChatGPT puede desafiar a los alumnos a identificar pruebas sospechosas, a preguntarse sobre qué documentos se basa la respuesta proporcionada y finalmente llevar a formular nuevas preguntas. El intercambio entre los alumnos y las máquinas puede constituir una vía complementaria a las interacciones únicas, irrepetibles e insustituibles que se traban entre los educadores y los alumnos.

El cultivo de la cultura digital, a la que alude Cassel, implica como condición sine qua non, desarrollar las competencias de orden superior, inextricablemente asociadas al pensamiento, que facilite a los alumnos mantener un intercambio consciente, crítico y constructivo con los herramentales de la inteligencia artificial (IA) generativa. El enfocarse únicamente en que es cuestión de desarrollar las competencias digitales en educadores y alumnos nos hace perder de vista la relevancia que tiene el poder ejercer la autonomía y profundidad de pensamiento para comprender los usos posibles de la IA para apuntalar los procesos de enseñanza, de aprendizaje y de evaluación.

En una similar línea, el investigador francés en ciencias del aprendizaje, François Taddei, sugiere la posibilidad de imaginarse tecnologías denominadas “maüeutech” que tienen como referencia el denominado método socrático de indagar por medio de preguntas y respuestas con el objetivo de extraer la verdad (Merriam-Webster, 2023).  Según el propio Taddei dichas tecnologías nos podrían ayudar a conocernos a nosotros mismos, así como al mundo que nos circunda.

El denominador común a los desarrollos tecnológicos que se han esbozado yace en invertir en las inteligencias humanas como un norte igualatorio en la sociedad y para que el potencial de aprendizaje de cada alumno se haga realidad. Tendríamos que transitar de la inteligencia humana a la artificial, anclados en visiones éticas y humanísticas potentes, que sirvan al bienestar y desarrollo integral y balanceado de cada alumno. Como señala Taddei, refiriéndose a deliberaciones en el seno de grupos de trabajo de la OECD, el riesgo a presente y futuro de la educación sería de poner el foco en formar robots de segunda categoría cuando en realidad tenemos la necesidad de formar humanos que florezcan y que tengan las capacidades y oportunidades de ser actores y autores de su propio porvenir.  

En resumidas cuentas, la priorización e intersección de los aprendizajes en torno a promover el pensamiento, las prácticas (aprender haciendo) y las técnicas (vinculadas a las tecnologías), puede ser una ventana de oportunidades para direccionar la educación hacia forjar un nuevo modus civilizatorio que hurgue en el porvenir de la tierra y de los seres vivientes, así como en la formación de seres libres.

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