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Carina Castro Fumero: “El apego es la única vacuna que como adultos tenemos el potencial de darle a nuestros hijos o alumnos para prevenir muchas enfermedades físicas y mentales”

La neuropsicóloga pediátrica cuenta, desde su experiencia como madre, cómo ayudar y potenciar el cebero de nuestros hijos
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04 de diciembre de 2020 a las 05:01

Por Carolina Anastasiadis

Ella es neuropsicóloga pediátrica, formada entre Argentina, Estados Unidos, Costa Rica y España. Hoy vive en Washington DC y es otra de las entrevistadas que la pandemia nos acercó. Carina Castro Fumero ama la ciencia, tenía dos másters cuando le llegó su primer hijo y con él algunos cortocircuitos entre la teoría y la realidad. Siguió estudiando, llegó su segunda hija, y encontró en esa maternidad la “oxitocina” necesaria para reinventarse, según dice. Desde entonces ha escrito dos libros que son guías para ayudar a cuidar y potenciar el cerebro de los niños con información clara, accesible y probada sobre lo que necesita un cerebro para desplegarse en su máximo potencial.

Su metier es la neurociencia aplicada a la crianza y sobre eso escribe mucho en su Instagram –que recomendamos- donde brinda sugerencias para mapadres basadas en la ciencia, que nos ayudan a educar y movernos de manera consciente y a la vez con fundamento ante las distintas conductas de los hijos. Ella es una convencida de que ante tanta información, los estudios científicos dan calma a la hora de educar. Con Carina conversamos sobre cómo se desarrolla y funciona nuestro cerebro, sobre dónde surgen las emociones, hablamos de alimentos que favorecen la conexión neuronal, de sueño, apego y pantallas en tiempos pandémicos.

Hace más de 20 años que estudiás el cerebro infantil. ¿Tanta información no te llevó  a desconectarte de lo más instintivo como mamá?

La ciencia te invita a conectarte con ese instinto. Te invita a dejar de lado tanta presión social y expectativas idealistas, a enfocarte en lo que sabés que es realmente útil, a conocer el cerebro y tu biología, y por lo tanto, no dar atención a otras cosas. A mí la información me ayudó a tener más calma.

Tu primer libro se llama “¿Qué puedo hacer yo?” e invita a conocer cómo se da el desarrollo cerebral en los niños para acompañar y potenciar eso. ¿Qué puedo hacer como mamá antes de que nazca el niño para favorecer ese desarrollo?

La genética ya está. Es la que es, no la podemos modificar. Lo que sí podemos modificar son hábitos, decisiones que tomamos desde el momento que sabemos que estamos embarazadas. Decisiones simples como priorizar el sueño, por el impacto que eso tiene en mí y en mi hijo; podemos priorizar algunos alimentos, específicamente los que contienen omega 3, la fruta, el ácido fólico, por ejemplo. Hacer a un lado eso de “comé por dos” porque no tiene fundamento. La actividad física durante el embarazo es fundamental para oxigenarte y además para oxigenar el cuerpo del bebé. Sirve también mantener el control en las cosas cercanas vinculadas al estrés, aprovechar momentitos antes de ir a dormir o momentos de calma para hacerle saber a nuestro bebito que estamos ahí. No sirve, por ejemplo conectarle audífonos, como muchos creen o hacen.

Hablás mucho sobre los tres cerebros: reptiliano, límbico y racional. El límbico o emocional, ¿se forma sobre todo en la infancia?

El cerebro emocional se forma toda la vida, pero toma control de la conducta en un momento específico en la infancia porque se dan más conexiones de neuronas. A los dos años del niño es cuando este cerebro emocional toma el control, por eso en ellos lo emocional se manifiesta de manera más intensa. Cuando está aprendiendo a identificar toda esa intensidad, entre más información le demos, más se va desarrollando. Conforme crece el niño, igual vamos a ver niños emocionales, el cerebro límbico continúa teniendo un impacto y desarrollo importante durante toda la infancia, aunque empiece a razonar un poco más. Cuando llegamos a la adultez, todavía ese cerebro emocional -si no hemos logrado desarrollarlo correctamente- toma control de nuestra conducta. Eso lo vemos en los adultos cuando son impulsivos o se toman a golpes, por ejemplo. Por eso digo que el cerebro límbico se desarrolla toda la vida, pero hay momentos clave del desarrollo cerebral en los cuales toda la información que le demos a ese niño, va a permitir que se construya más fuerte.

De apego, conexión y neuronas

¿Cuánto importa el apego seguro y esas figuras de referencia en el buen desarrollo cerebral y en la regulación emocional?

Todo importa. Está científicamente comprobado que la salud física y mental de todos los seres humanos adultos se consolida y se gesta en la infancia. Eso significa que las figuras de apego pueden brindar al niño la posibilidad de no desarrollar algunas enfermedades físicas o mentales en la adultez, como enfermedades cardiovasculares, gastrointestinales, diabetes,  algunas alergias inclusive, trastornos de ansiedad, depresión y hasta suicidio. Hoy se sabe que hay un vínculo directo entre el estilo de apego de los niños y muchas enfermedades, por eso siempre digo que el apego es la única vacuna que como adultos tenemos el potencial de darle a nuestros hijos o alumnos para prevenir muchas enfermedades físicas y mentales. También importa saber que si el padre o madre no puede ofrecer esa figura de apego, lo que se ha visto en investigación es que cualquier otro adulto que ofrezca a ese niño un vínculo de apego, de seguridad y confianza, ya tiene la capacidad de desarrollar los cimientos cerebrales de salud física y mental de ese niño.

Sos científica, ¿cómo definirías tú el apego seguro?

Es el vínculo que desarrolla el niño con el adulto, sintiéndose seguro y en un lugar en donde se lo entiende y satisfacen sus necesidades. Va cambiando a lo largo de la vida del niño. En los primeros 18 meses de vida, la necesidad de los niños es comer, dormir, tener una buena temperatura corporal, no sentir dolores y tenerte cerquita porque está en un mundo nuevo que le hace sentir inseguridad. Esas son sus necesidades y si las satisfacemos, vamos generando un vínculo basado en la seguridad y confianza de que el otro me entiende.

Luego de eso entramos en una etapa en donde el apego seguro tiene las mismas características pero el niño es más autónomo, entonces necesita otras cosas. Su cerebro empieza a adquirir otras funciones que tienen que ver con la dificultad de inhibir impulsos, prueba límites. El apego seguro ahí es poner límites con amor; decir, por ejemplo: no te dejo poner el dedo en el enchufe porque te podés lastimar. El niño se sigue sintiendo seguro en ese límite. El rol del adulto que busca generar apego seguro es ir delimitando el camino por donde el niño puede ir de manera segura a explorar. Eso le da seguridad al niño.

El apego seguro implica matices a lo largo de la vida; importa como adulto ser esa figura que  comprende las necesidades del niño y las satisface en momentos oportunos. El niño va necesitando por momentos más confianza, más compañía y así a medida que crece.

O sea, que el apego seguro implica una lectura de nuestro hijo y una respuesta acorde. ¿qué sucede cuando mi hijo es “distinto” a la mayoría?

Todos los hijos son distintos de leer, todos los cerebros son distintos. Seguro es más desafiante cuando el niño tiene TEA u otra dificultad, pero hay que entender que todo lo que digo en cuanto a cuidar el cerebro, aplica a todos, sin excepción. Todos necesitan dormir, apego seguro, neuroalimentos, actividad física.

De la mano de eso, podemos buscar fuentes confiables que se dediquen a seguir esos temas como el TEA u otros, para luego marcar nosotras nuestro parámetro más realista.  Siempre es bueno hacerse una tribu que me ofrezca información, dé tranquilidad y esté pasando lo mismo que yo para no sentirme sola y que me cuente qué han hecho. Tal vez algo funcione para mí también.

Has dicho que el juego favorece la conexión padres- hijos. ¿Qué otras cosas favorecen ese vínculo y están probadas por la ciencia?

El juego es un vehículo de aprendizaje, de conexión, colabora en la producción de neuroquímicos en el cerebro, genera oxitocina que es una hormona que nos hace sentir apegados al otro. El contacto físico, los besos, los abrazos, las caricias, el hacerle saber al otro que es importante para mí, más allá de que ensucia la casa o no me deja trabajar, es también importante. Esas cosas hay que verbalizarlas conscientemente y físicamente para fortalecer ese vínculo. Con todas esas herramientas el niño genera los químicos que necesita el cerebro para generar esas conexiones neuronales de seguridad, de tranquilidad, de apego, placer y bienestar.

Alimentación y Cerebro

¿Qué son los neuroalimentos?

Si bien desde la neurociencias se viene estudiando el cerebro desde hace unos 30 años o más,  los estudios sobre neuroalimentos son más recientes. Hoy se sabe que hay alimentos específicos y necesarios para las neuronas. Se sabe que son fundamentales para prevenir inflamación cerebral, deterioro u oxidación, tres cosas que cuando suceden, hacen que el cerebro funcione mal, incluso que aprenda mal.

El cerebro necesita glucosa, no azúcar. Y la glucosa viene de la fructosa, por eso toda la fruta es buen alimento para las neuronas. El omega 3 es fundamental porque el 30 % del cerebro está constituido por omega 3 que es una grasa positiva. Lo que permite este nutriente es que las neuronas se conecten más rápido. Las podemos buscar de fuente animal o vegetal; está en el atún, el salmón, la caballa, o las almendras, las nueces, la palta o el aceite de oliva, por ejemplo. Son todos alimentos necesarios desde el embarazo y en adelante. Los adultos lo necesitamos también. El huevo, la yema de huevo en particular, tiene colina y es un neuroalimento también. El agua es vital, mucho más allá de la hidratación. Sabemos que el 70% del cerebro es agua y que la deshidratación nos lleva a problemas de aprendizaje, de atención, migrañas inclusive. Las verduras, si bien todas son muy buenas, las de hoja verde son fundamentales para evitar lo que son las demencias y oxidación neuronal.

La avena nos ayuda para todo lo que tiene que ver con el estado de ánimo, nos mantiene en un ánimo más positivo, más estable.

Por todo eso la ciencia asegura que hay una gran gama de alimentos que hoy podemos ofrecer a los niños desde los primeros meses para potenciar su desarrollo cerebral. Y nosotros, adultos, si los incorporamos, podemos prevenir el deterioro cerebral.

¿Hay una relación tan directa entre lo que comemos y el estado de ánimo que tenemos?

Completamente. Lo que sabemos hoy es que el nervio vago es el único que conecta el cerebro con el estómago y que todo lo que comemos tiene un efecto inmediato en nuestro cerebro.

No es casualidad que cuando nos sentimos mal, ansiosos o angustiados lo que hacemos es ir a la heladera. El 90% de la serotonina que es un neuroquímico que nos ayuda a sentir placer y bienestar, se produce en el estómago mayormente, entonces cuando comemos esas cosas nos hacen sentir bien –en teoría- por un ratito.

Hay una relación cerebro-estómago. Hay teorías muy interesantes que hablan de cómo la alteración que se ha producido en la industria alimenticia es lo que ha hecho que ahora la sociedad sea más agresiva, más impulsiva.

El cerebro debe estar relajado para aprender. ¿Qué has visto en los chicos en este tiempo de pandemia en donde cambiaron clases por zoom y todas sus rutinas?

La realidad es que al cerebro le gusta lo automático. Levantarnos, servirnos el cafecito, bañarnos. Le gusta eso porque consume menos energía. Hoy le estamos exigiendo más, porque cambiamos todos los automatismos; tenemos que salir, ponernos la mascarilla, usar alcohol en gel.

La amígdala está en el segundo cerebro, el emocional, es la que responde a la amenaza, se activa en situaciones de estrés. Pero el estrés no es siempre malo. Si en casa estamos en una situación de estrés pero no estamos todo el tiempo con el televisor y la radio encendidos, ni hablando todo el tiempo de muertes, sino intentando como adultos llevar esta situación de la mejor manera que podamos, entonces los chicos van a estar en una situación de estrés, tal vez positivo o adaptable, y eso ayuda a incorporar los cambios. Ahora, si en casa la situación es difícil, entonces el estrés es tóxico y un cerebro estresado en niveles tóxicos no aprende. En niveles óptimos sí, porque ese mismo estrés me invita a tomar acción, decisiones y cambiar.

Es muy importante comprender cuál es el ambiente que se está viviendo en la casa y cuáles son las cosas que estamos haciendo para que ese cerebro esté sano. Pero la realidad es que si los chicos, independientemente de la edad, están en un contexto que sea contenido, que se sienta seguro, que mamá y papá demuestran tranquilidad en las decisiones que toman, si el colegio está teniendo consideraciones en cuanto a las necesidades básicas de ellos para aprender, si en el día a día se toman decisiones acordes a cuidar el cerebro, ellos van a salir de esta pandemia con un aprendizaje importante de resiliencia, de flexibilidad cognitiva, de adaptaciones, de mentalidad de crecimiento. De lo contrario, vamos a tener chicos con apatía, con depresión, trastornos de ansiedad y con más dificultades.

¿Es real esa “sincronía” cerebral que se da entre los niños y los adultos que conviven? ¿Cuánto influye nuestro estado emocional y regulación en ellos?

Hay sincronía familiar, cardíaca, biológica y cerebral. El ritmo cardíaco, la respiración, todo se acompasa. Entonces es muy importante mantener hábitos necesarios para la salud mental.

Yo me levanto de pésimo humor si no duermo las horas que necesito y eso se contagia con mis gritos, mal humor, apatía. Por eso es importante elegir alimentos que nos hagan bien, dormir lo necesario, buscar tiempo para uno, actividades físicas, porque sin duda nuestro estado repercute en nuestros hijos. Es importante comprender que si yo estoy bien, voy a lograr una armonía y sincronía en toda la familia.

Cuando un bebé antes de los 2 o 3 años está expuesto a mucho estrés, produce cortisol.  Eso aumenta la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Ese cortisol daña el cerebro. Si una madre lo contiene desde un lugar de tranquilidad, aunque el niño siga llorando, si se lo toma en brazos con tranquilidad, inmediatamente la frecuencia cardíaca y presión arterial del niño disminuyen. Ahí hay sincronía a través del modelado. Hay mucho estudio sobre eso. Se llama la correlación. Existe ahí una bio-sincronía.

¿Cuál sería el mejor momento para escolarizar a un niño, teniendo en cuenta que en Singapur o en Finlandia se escolariza tarde y son “modelos” de educación?

Esos son países ejemplo porque las políticas públicas se basan en la ciencia. Lo que se ha visto en ciencia es que los niños en los primeros años de vida, no necesitan aprender a leer y escribir, una escolarización estructurada. Ellos necesitan exposición con la naturaleza, desarrollar su apego seguro. Antes de los 3 años no juegan con pares, toda sociabilización que hace el niño es a través de otras figuras que no son niños. No necesitan ir a la escuela. Podemos fomentar esa socialización a través de juego, de ir al parque, no necesariamente academizarlo.

Academizar a un niño antes de los 6 años, yo considero que no es una necesidad. No vamos a hacer niños más inteligentes ni generar más habilidades por eso. Si exigimos habilidades para los cuales el cerebro no está listo, vamos a generar rechazo y problemas de frustración.

¿Qué ha probado la ciencia sobre las pantallas?

Hay millones de investigaciones de esto. Muchas vinculadas al retraso de aparición de lenguaje en niños que tienen exposición a pantallas antes de los 2 años; hay retraso en el control de impulso también, retraso en el desarrollo de habilidades sociales. Más allá de esas investigaciones, creo que hay que ver qué significa pantallas. Ahora en pandemia la videollamada es una manera de generar vínculo.

Hay que estar atentos a lo que se ve en televisión, a los videojuegos, a youtube y las redes sociales. Todo eso de lo cual les cuesta desconectar. Cuando hay berrinche o malgenio luego de desconectarse, entonces algo anda mal. Esa reacción es la que me indica que se está activando un circuito de dopamina que es “quiero más”.

Podés leer más sobre estos temas en el blog Mamás Reales.

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